El miedo es el guardián del sufrimiento. Actúa como un vigilante que activa alarmas del mundo psicológico para distraernos mediante un sinfín de temores congruentes o no con con esas heridas emocionales que arrastramos, impidiendo que entremos en ellas para sanarlas.
El miedo sostiene el circuito de la preocupación y del sinvivir interno. Es la emoción más dañina de todo el repertorio humano, pues tiene el poder de paralizar, debilitar, distraer, enredar y no dejar ver ni actuar con claridad.
El miedo es mental, incongruente, y se organiza en base a ideas tremendas que nos hacemos de cosas que, a menudo, ni siquiera conocemos, pero que anticipamos como fatales o catastróficas.
Situaciones sociales y personales de crisis e incertidumbre mantienen a las poblaciones atemorizadas ante posibles acontecimientos que están fuera de su alcance de resolución, y por las que sufren y condicionan sus vidas.
La humanidad ha sido y sigue manipulada en su evolución y en su felicidad mediante el miedo. Por eso, este es incompatible con el amor.
Al estar en la mente, los miedos enredan y confinan a la conciencia en la elucubración de escenarios internos, repetitivos, donde se hilan infinitas posibilidades (a cual peor, por supuesto), de desarrollo de una problemática. El nivel de tensión emocional que genera esa circularidad mental es extenuante y suele romper en algún tipo de somatización o de acción impulsiva e imprudente que no hace sino empeorar el asunto.
Todo ello impide que ese caudal de energía mental se emplee favorablemente para planificar soluciones que resuelvan la situación.
Vivir continuamente en esos debates internos, con la consecuente producción de sustancias bioquímicas que el cuerpo provee como receptor de todo ello, termina generando la más poderosa de las adicciones: LA ADICCIÓN AL SUFRIMIENTO.
Así, la persona consume, sin finalidad positiva alguna, su propia energía en bucles mentales acompañados de ansiedad, ira o depresión, estados de ánimo adictivamente congruentes con su nivel de pensamientos.
Con el miedo la mente se contamina de emocionalidad recurrente no resuelta y queda inhabilitada para su función primordial, que es la de pensar con claridad y abrir estrategias de acción positiva. Con el miedo, el ánimo queda empastado de oscuridad y dramatismo, e inhabilitado para la alegría y el disfrute de la vida.
Las actitudes destructivas se convierten en mecanismos repetitivos con los que la persona convive «adaptativamente», es decir, que se acostumbra a ellos y termina creando tendencias y hábitos degenerativos en su vida, cuando no alguna enfermedad mental grave. Al quedar atrapada en dichos comportamientos, se van abriendo surcos profundos de la psique, permeable y predispuesta al desorden interno. La enfermedad mental es, todavía hoy, una causa de máximo sufrimiento, no solo por la experiencia terrorífica que se reedita en el mundo psíquico de quien la padece, sino por la incomprensión y falta de recursos humanos y sanitarios que nuestra sociedad no es todavía capaz de facilitar, entre otros motivos, por el desconocimiento y el miedo en torno a la patología multidimensional.
No obstante, si esos mecanismos se sanan, queda un espacio disponible para cualidades muy positivas del ser. La práctica del Mindfulness-Meditación, las técnicas de relajación y la psicoterapia, nos ayuda a identificar los miedos, a saber enfrentarlos y alejarnos de la patología.
Referencias: Extraído del libro «El trauma nuclear de la Conciencia» de Paloma Cabadas.