Los psicólogos y psicólogas hablamos mucho de las emociones por el impacto que éstas tienen en nuestra vida y en nuestras relaciones. Hoy nos vamos a centrar en la ira y en la tristeza.
LA IRA
Cuando observamos a personas violentas, rabiosas, enojadas y ansiosas, o bien deprimidas, entristecidas y apáticas, podemos estar seguros/as de que, detrás de esos comportamientos, hay una buena dosis de sufrimiento no resuelto.
La ira es el aspecto activo del sufrimiento y puede evolucionar hacia la violencia con las consecuencias trágicas que conocemos en el ámbito doméstico y social. Sin embargo, la ira solo refleja una expresión activa de la energía del sufrimiento; aunque no está bien vista y genera rechazo social, porque no es fácil aceptar violentos, alborotadores y rebeldes, la ira es, en términos de dinámica energética, más vitalista que la tristeza, ya que conduce a la acción, aunque ésta sea enormemente disfuncional.
A nivel energético, lo que el individuo violento está gritando es: ¡No puedo más con tanto daño interior! Desafortunadamente, los efectos energéticos del violento también lo dañan todo.
La violencia es acumulativa y va cargando paulatinamente a la persona. Dependiendo de la propia idiosincrasia, puede exteriorizarse en actos abruptos e inesperados que concentran una gran carga de tensión, o gradualmente, cual válvula de escape recurrente, mediante estados frecuentes de enojo, rabia, crítica hacia todo, sarcasmo, mal humor…
Cuando la violencia es interiorizada y se vuelve en contra es altamente destructiva y tiene efectos devastadores en el individuo, el cual empieza a devorarse a sí mismo a través de conductas de riesgo, pautas adictivas de cualquier tipo (consumo de drogas, alcoholismo, trastornos alimentarios, etc…), estrés desmesurado, ansiedad y las más diversas enfermedades orgánicas que de ahí derivan en buena parte.
LA TRISTEZA
En su otra manifestación, la tristeza, la angustia y la depresión son la cara pasiva del sufrimiento, un camuflaje de la violencia, una especie de violencia adaptativa a una realidad social que admite mejor a la persona deprimida y victimizada que a la beligerante. Y, sin embargo, cuánta bronca esconde la depresión.
Cuando la tristeza es el escondite de la ira, cuando se ha reprimido todo mecanismo de resolución del sufrimiento y se ha instalado una pauta de sometimiento y resignación ante la vida, emerge la figura de la víctima.
La víctima condensa una gran fuerza vital reprimida que termina dándole mucho poder bajo su apariencia indefensa y habituándola a sobrevivir en su entorno con mecanismos de manipulación y chantaje, que solo alimentan una pauta de resistencia y miedo al cambio y a la libertad.
Es conveniente detectar cuáles son las tendencias personales a la hora de expresar y liberar el sufrimiento consciente o inconsciente para poder admitir, con total sinceridad, que ese mal genio no es un rasgo de carácter singular, sino que esconde algo detrás; o que esa melancolía o esas ganas de llorar de vez en cuando no son parte de una naturaleza romántica, sino indicadores de algo más profundo.
Todos/as pasamos por momentos, temporadas y vidas en que podemos ser tiranos y víctimas. Lo importante es reconocerlo y aceptar nuestra cuota de dolor, además del modo en que viene expresándose, para poder transformarla.
Recordemos que el estado natural del ser humano es el bienestar y la alegría, y que sería interesante que, de una vez por todas, admitiéramos estos parámetros de medida para cotejar nuestra realidad y hacer por estar en ellos la mayor parte de nuestro tiempo.
Referencias: Extraído del libro “El trauma nuclear de la Conciencia” de Paloma Cabadas.