¿Qué es el duelo?
El duelo es un periodo en el cual la persona que lo está pasando, suele encontrarse fuertemente proyectada hacia el pasado o al futuro. Es un tiempo en el que el presente se ve invadido por un cúmulo de emociones y pensamientos. Emociones, que aíslan del entorno y de los seres queridos.
En el duelo también sucede que asistimos al enfrentamiento con una nueva realidad. Una realidad que consta de un espacio en blanco, donde antes había contenidos de vida. Sucede que, no sólo nos despedimos de esa persona u objeto de perdida que queríamos tanto, sino que nos despedimos de una forma de vivir cotidiana que ya nunca será igual.
Acerca del duelo se nos habla de independencia, del desapego y de lo importante que es todo ello para no sufrir cuando se producen pérdidas en nuestras vidas. Y la realidad es que por mucho que nos desapeguemos, el hecho de soltar nuestros apegos a la vieja identidad, es duro. Y en este sentido, es el duelo el que nos proporciona el espacio necesario para contrarrestar esta dureza.
Es vital expresar el dolor. Pero aún es más importante sentirse comprendido y ser apoyado durante el proceso.
¿Qué sentido tiene el duelo?
Es la gran pregunta que mucha gente suele hacerse ante la pérdida de un ser querido. Para responderla, convendrá cambiar la interpretación de esta pregunta y sustituir el ¿por qué?, con un ¿para qué? Quizás este nuevo enfoque pueda abrir ventanas donde antes había muros.
¿Es el duelo necesario?
El duelo posibilita ajustarnos a la nueva modalidad en la que esa persona u objeto de nuestra pérdida ya no está. El duelo es un proceso liberador. Si podemos vivir nuestro sufrimiento, si encontramos la comprensión y la compasión que necesitamos, entonces algún día sentiremos que somos capaces de recuperar la persona que antes fuimos, al tiempo que añadimos apertura y maduración que conllevan tales experiencias.
¿Hay un tiempo de duración fijo para el duelo?
No suele existir un tiempo fijo. En la mayoría de las culturas el tiempo escogido para la vida del duelo es de un año, se trata éste de un mínimo periodo sin la presencia de la persona u objeto de la pérdida en nuestra vida. Sin embargo, en muchos casos un año no es suficiente.
Cuando eso sucede, conviene que la persona se conceda más espacio para trabajar la presión que su entorno le exige de una vuelta a la normalidad cotidiana. Se trata de una medida destinada a evitar que el sufrimiento se alargue en un duelo añadido, por causa de no haber podido consumar el primer duelo.
Es importante no confundir el tiempo que tarda un duelo en consumarse con el grado de amor o valoración del objeto de pérdida. Tampoco significa que el duelo haya pasado cuando durante éste, se experimenten pequeños momentos de olvido o bienestar.
¿Puede hablarse de fases en el duelo?
Aunque cada proceso de duelo es único, diferentes psicólogos y terapeutas han elaborado cuatro fases en el duelo.
1. La primera fase es incredulidad, vacío y dolor insoportable. Puede durar varios días, incluso semanas. ¡¡No puede ser!!, suele decirse. No podemos reaccionar, ni sentir, ni pensar. Es un estado de no ser, no sentir, no pensar. Como si se tratara de una película en la que no
podemos taparnos los oídos ni cerrar los ojos. Los acontecimientos se viven de forma difuminada. En cierto sentido, esta fase amortigua la intensidad de los sentimientos e impide que nos demos cuenta del significado total de la pérdida, hasta que estemos preparados para hacerlo.
2. En la segunda fase, la pérdida acompaña al sentimiento de ausencia, y el dolor deja de ser insoportable, sucede que ya brota la necesidad de expresarse, al tiempo que aparece una imposibilidad de escucha.
3. La tercera fase conlleva un principio de aceptación. Se es capaz de escuchar lo que servirá para aliviar el dolor y también se pueden compartir experiencias similares como, por ejemplo, en un grupo de apoyo.
4. En la cuarta fase el proceso de aceptación madura, procediendo a transformar la pérdida. El vacío comienza a llenarse una vez más con vida y estamos dispuestos a dejar de sufrir.
En esta fase, podemos redescubrir el valor de los pequeños placeres. Este es un paso importante, ya que significa la superación de la culpabilidad. Este aspecto nos llevará a establecer contacto una vez más, con la abundancia de la vida.
Es quizás también el momento de ayudar a otros en procesos de duelo que nosotros hemos superado. Algo que incluso puede llenar nuestra vida de significado existencial.
Todos estos pasos nos llevan de una forma natural al más importante de los pasos: Analizar lo que nos ha ocurrido y conseguir ver el lado evolutivo del proceso. Saber que ya nada ni nadie podrá separarnos, por ejemplo de esa persona. Es momento también de redefinir la palabra muerte. Muerte no significa ya borrón y fracaso, sino oportunidad de transformación y crecimiento.
En realidad, la muerte de un ser cercano es una oportunidad para replantearnos nuestra forma de vida.
¿Cómo puedo sobrevivir a un proceso de duelo y a una pérdida?
- Reconocer la pérdida: decirnos a nosotros mismos que esto es algo que ha sucedido, que somos lo bastante fuertes y que vamos a sobrevivir.
- Dejar fluir el dolor: no negarlo ni anestesiarlo, sino experimentarlo.
- Repetirnos que no estamos solos y que hicimos todo cuanto estaba en nuestras manos.
- Otorgarnos el tiempo suficiente para curar nuestras heridas.
- Saber que el proceso de curación tiene sus altos y sus bajos.
- Hacer ejercicio, dormir bien, y no forzar ninguna actividad.
- Marcarnos un horario: estructurar el exterior mientras el interior todavía sigue atormentado.
- Postergar las decisiones importantes.
- Buscar y aceptar el consuelo y el apoyo de los demás.
- Rodearnos de cosas vivas: plantas, animales,..
- Reafirmar nuestras convicciones: descubrir una nueva espiritualidad o reforzar nuestras prácticas religiosas.
- Organizarnos para los fines de semana y las fiestas, evitando así encontrarnos demasiado solos en estos días.
- Recordar que seguiremos mostrándonos vulnerables durante meses e incluso durante años.
- Si todavía sentimos culpabilidad hacia la persona fallecida, escribirle una carta que después quemaremos.
- Repetirnos una y otra vez: ¡sobreviviré, un día volveré a recuperar mi serenidad! Escribirlo en un papel, y de ser necesario, ponerlo en un lugar donde podamos verlo con facilidad.
¿Qué características deben desarrollar aquellas personas que deseen acompañar a otras en procesos de duelo?
Hay cinco características primordiales que deben poseer aquellas personas que sientan vocación de acompañar a otros en procesos de duelos:
- Apariencia sosegada: no es posible mitigar el dolor experimentado por una persona en proceso de duelo, y a menudo esto acostumbra a provocar una terrible sensación de impotencia en el que acompaña. El acompañante, debe ser capaz de aceptar las lágrimas, los sollozos de la otra persona y de animarla a que exprese sus sentimientos. Este acompañamiento jamás debe ser impuesto, simplemente debe ser propuesto. Estar simplemente allí, junto a aquel que nos necesita, es el primer requisito que se le exija a la persona que ofrece su ayuda.
- La capacidad de escuchar: las personas en procesos de duelo sienten la necesidad de comunicar y compartir su propio dolor con los demás, y por ello, aquel que le acompañe durante este proceso debe poseer una gran capacidad para escuchar. El simple hecho de expresar, puede representar un gran desahogo para la persona que está experimentando esta situación. Resulta aconsejable que el acompañante utilice el nombre del difunto y no dude en incorporarlo a la conversación. Debemos evitar frases como: “estoy convencido de que sabrás cómo salir adelante”. Éste tipo de afirmaciones gratuitas, lo único que hacen es cortar la comunicación. Es muy útil animar a la otra persona a que exprese sus sentimientos a través de preguntas como: ¿te preguntas cómo vas a poder seguir viviendo sin ella?
- Capacidad de empatía: esta capacidad tan apreciada consiste simplemente en ser capaces de imaginarnos lo que está viviendo el otro, pero sin identificarnos con él. Consiste en respetar su dolor y no intentar quitarle importancia, aunque ello nos hiciese sentirnos más cómodos.
- Paciencia: aquellas personas que rodean a la persona que está pasando por un proceso de luto, no suelen encontrarse en la misma situación que ella. Esperan por lo tanto que las cosas vuelvan a su cauce lo antes posible. Todos aseguran que los meses más difíciles son los que tienen lugar tras el fallecimiento. Pero cuando todo parece haber vuelto a la normalidad, es precisamente cuando la soledad empieza a dejarse sentir. En este sentido la amistad y el afecto son aspectos fundamentales que podemos brindar a una persona en un proceso de duelo. Tengamos en cuenta que estas crisis de la vida, pueden convertirse en una fuente de enfermedades y de malestar, o bien en fuentes de crecimiento.
ENFOQUE TRANSPERSONAL DEL DUELO Y LAS PÉRDIDAS
Conforme la consciencia se expande y el ser humano alcanza un cierto grado de observación y profundidad, tiende a darse cuenta de que sus apegos disminuyen, al tiempo que los recursos para solventar situaciones difíciles aumentan.
En este sentido, las personas con la consciencia más despierta se ponen con más facilidad en el lugar del otro, aspecto éste que atenúa el propio dolor de las despedidas, procediendo asimismo a observar el hecho de que ante la llegada de las pérdidas, brota una irracional aceptación, una aceptación nacida de la confianza en que todo lo que sucede en el Universo, es de alguna forma, la mejor opción.
Y sucede que aquel ser humano que recorre la vida de manera consciente, tiende a vaciarse de necesidades y dependencias, trabajando una y otra vez con los dones escondidos que aporta el desengaño, al tiempo que vivencia una serena “aceptación de lo que hay”.
Entre las cualidades más comunes de este “peregrino” está la de saber “morir a lo viejo” y entrar en lo nuevo con la desnudez y la esencialidad que conlleva toda vivencia profunda. Es por ello que las pérdidas tienen un menor impacto en el mundo emocional del iniciado.
En realidad, el enfoque transpersonal conlleva una reorientación del “tener” al “ser” y, en consecuencia, se confirma que no se puede perder nada que ya no se posea, tal vez porque se ha ejercitado de forma sostenida el desprendimiento y la desidentificación como camino.
Este peregrino enfocado en la conciencia transpersonal, recorre la vida sin mochilas físicas, emocionales y mentales. Sin duda un sendero de vacuidad y presencia que atenúa el sentido de adquisición y pérdida, al tiempo que por el hecho de vivirse en un presente continuo, se neutralizan las expectativas y se pinchan “burbujas ilusorias” que tiende a proyectar la mente ordinaria.
(Síntesis inspirada en materiales didácticos de la Escuela Española de Desarrollo Transpersonal))