«¡Escucha! Cuando te pido que me escuches y tú empiezas a aconsejarme,
no estás haciendo lo que te he pedido.
Cuando te pido que me escuches y tú empiezas a decirme por qué yo no debería sentirme así,
no estás respetando mis sentimientos.
Cuando te pido que me escuches y tú piensas que debes hacer algo para resolver mi problema,
estás decepcionando mis esperanzas.
¡Escúchame! Todo lo que te pido es que me escuches,
no quiero que me hables ni que te tomes molestias por mí.
Escúchame, sólo eso.
Es fácil aconsejar. Pero yo no soy un incapaz. Tal vez me encuentre desanimado y con problemas,
pero no soy un incapaz.
Cuando tú haces por mí lo que yo mismo puedo y tengo necesidad de hacer,
no estás haciendo otra cosa que atizar mis miedos y mi inseguridad.
Pero cuando aceptas, simplemente, que lo que siento me pertenece a mí, por muy irracional que sea,
entonces no tengo por qué tratar de hacerte comprender más
y puedo empezar a descubrir lo que hay dentro de mí.»
(R. O’Donnell)
Pasamos muchas horas al día hablando y nos decimos muchas cosas pero nos comunicamos de manera superficial: comunicamos cosas, pero no lo hacemos desde nuestro estrato más profundo, y en demasiadas ocasiones esta posibilidad nos atemoriza. Hablamos mucho pero no expresamos nuestro mundo interior casi nunca. Reímos y cantamos pero en nuestro interior la tristeza merodea sutilmente. Con demasiada frecuencia medimos nuestra comunicación por el número de amigos en Facebook o la longitud de contactos de nuestro mail.
Pero anhelamos algo más que intercambiar información. Anhelamos una verdadera comunicación, no desde la capa superficial, sino de corazón a corazón, de ser a ser. Esta comunicación consciente, que nos hace establecer vínculos sólidos y expresarnos desde quien somos más allá de la mera verborrea, incluye dos elementos: La disposición incondicional a la escucha de la profundidad del otro, y posibilidad de autorrevelarnos y expresarnos nosotros mismos en toda nuestra riqueza. Escuchar y hablar conscientemente, ese es el reto.
Para conseguirlo, es necesaria la consciencia de nuestros sentimientos y de las resistencias que nos dificultan escuchar y expresarnos abiertamente en toda nuestra abundancia y complejidad. Comprender que la comunicación es un proceso de conexión con los demás y con nosotros mismos. Cuando se enraíza en la atención plena, puede ser transformadora. Cuando brota de la inconsciencia nos deja un poso de incomprensión, de no haber contactado realmente ni con el otro ni con nosotros mismos.
Neil Friedman describe muy acertadamente cómo nos sentimos cuando somos escuchados:
«Todos queremos ser escuchados. Deseamos dar voz a lo que está dentro de cada uno de
nosotros: las formas particulares en que nosotros hemos sido honrados y heridos por la
vida. Pero, la mayoría de las veces nuestras canciones quedan dentro, calladas. Movemos
nuestros labios, pero no cantamos nuestras canciones.
Escuchar es el antídoto. Escuchar es una invitación para cantar mi canción. Ser escuchado
ayuda a deshacer la herida. Cuando me siento escuchado me siento mejor. Me siento
escuchado, visto, acompañado, entendido. Siento menos soledad. Me siento apoyado,
como si tuviera un aliado. Me siento más claro, más en calma, con más paz y más energía.
Puede que el problema que he expresado no sea diferente, pero yo soy diferente:
Me he sentido escuchado y mi corazón está más abierto.»
Todos/as podemos ejercitar la escucha consciente y de esta manera poder recibir esa escucha de los demás. Escuchando nos vinculamos con las personas que nos rodean y nos impregnamos de aquello que sienten.
Blanca López de Etxazarreta. Psicóloga Transpersonal.