Hoy en día hablar de “compasión” es arriesgarnos a que sea asociado con algo ñoño, desprovisto de fuerza y desvirtuado por connotaciones religiosas y moralistas del pasado. Sin embargo, el significado profundo y verdadero de la compasión recorre la historia de la humanidad, unido con el altruismo y la empatía, y actuando como fuerza evolutiva silenciosa.
Nuestros cronistas oficiales, los historiadores, nos relatan la historia utilizando como hilo conductor las guerras y conquistas, los conflictos sociales, la vida de grandes héroes y grandes villanos, el progreso tecnológico en ocasiones a cualquier precio y el ejercicio del poder que a menudo se asienta sobre la injusticia o la desigualdad más clamorosa. De esto es buen reflejo la célebre frase de Sartre “el hombre es un lobo para el hombre” que, dicho sea de paso, revela un asombroso desconocimiento de la vinculación solícita de estos animales entre sí.
Muy rara vez leemos la historia desde la otra cara de la experiencia humana, la que se refiere a nuestra naturaleza profundamente social, a la evolución y la extensión del afecto humano y a su impacto en la cultura y en la sociedad. La narración oficial de nuestra historia ha desestimado de plano la empatía, la compasión y la colaboración como fuerzas motoras en el desarrollo de la humanidad. Pero el sentido común nos dice que si simplemente nos hubiéramos desarrollado a partir del conflicto, la lucha y la competitividad, nuestro destino habría sido la extinción…
“Nuestra memoria colectiva se mide por crisis y calamidades, por injusticias sangrantes y episodios de crueldad con otros seres humanos, con los restantes seres vivos y con la Tierra que habitamos. Pero si fueran éstos los elementos que definen la experiencia humana, ya haría mucho tiempo que nuestra especie habría perecido.” (Jeremy Rifkin)
El mundo cotidiano es en realidad diferente: aunque la vida diaria está salpicada de problemas, sufrimiento, tensiones, injusticias y delitos, también abundan actos sencillos de cordialidad, generosidad y bondad. Los actos que brindan consuelo y compasión engendran buena voluntad, forman vínculos sociales y traen alegría a la vida de la gente. Gran parte de las interacciones diarias con nuestros semejantes son empáticas porque eso forma parte de nuestra naturaleza: la empatía es el cauce por el que nos vinculamos, creamos el tejido social y hacemos que progrese la civilización. La extraordinaria evolución de la compasión o conciencia empática es el argumento callado que subyace en la historia humana. Esta conciencia se ha ido desarrollando lentamente durante los 175.000 años de ella. Tenemos evidencias arqueológicas de que ya en la prehistoria nuestros antepasados se hacían cargo de sus congéneres que nacían con discapacidades o que resultaban heridos de forma que hacía imposible su supervivencia sin la ayuda del clan. En ocasiones, esta capacidad compasiva de la especie ha florecido de forma espectacular, para desvanecerse después durante largos períodos de tiempo. Es cierto que su evolución ha sido irregular, pero su trayectoria es clara.
La palabra empatía pasó a formar parte del vocabulario humano a principios del siglo XX, coincidiendo con el abordaje de la psicología de la dinámica interna del inconsciente y de la conciencia. El ser humano no pudo reconocer la empatía, hallar las metáforas adecuadas para hablar de ella y explorar a fondo sus múltiples significados hasta que su individualidad se desarrolló lo suficiente como para permitirle reflexionar sobre la naturaleza de sus pensamientos y sentimientos más íntimos en relación con los pensamientos y sentimientos más íntimos de los demás. Sin embargo, su significado profundo ha estado muy presente con otras palabras en las grandes tradiciones tanto orientales como occidentales. En oriente, la palabra transmitida para expresar esto ha sido “compasión”. En occidente en cambio han primado las palabras “amor” y “misericordia”. En realidad, todas ellas originalmente vienen a expresar lo mismo, aunque el lenguaje cotidiano actual las haya impregnado de connotaciones erróneas relacionadas con “pena”, “lástima” o “debilidad”.
En la actualidad, y desde principios del siglo XX, el término “empatía” ha supuesto la introducción de este concepto en la mirada de la psicología y de las ciencias sociales.
Actualmente diversas investigaciones científicas están demostrando que ésta es una característica de los humanos: somos una especie capaz de ponerse en el lugar del otro para comprender sus intenciones y lo que quiere comunicar. Podemos colocarnos en el lugar de la persona que nos está sonriendo para entender su sentido, y también ante quien sufre para comprender el dolor que expresa su rostro o alguno de sus gestos. La diferencia entre las personas se da en la reacción hacia esta experiencia de compasión, ya que el dolor y el sufrimiento de la otra persona me recuerdan mis miedos, inseguridades y sufrimientos que no quiero recordar. Así, puedo cerrarme al dolor del otro para reprimir mi dolor y olvidar mis miedos e inseguridades, o puedo permitirme sentir compasión y tomar contacto con mis dolores, mis sufrimientos y miedos.
Podemos comprender entonces que es preciso tener mucha fuerza y valor para enfrentar mis dolores más profundos. Permanecer en la compasión no revela debilidad o sentimentalismo inoperante por parte de una persona, todo lo contrario, es señal de su fuerza emocional y espiritual.
“El corazón del ser humano se mide por su capacidad para acoger el sufrimiento.” (Maurice Blondel)
Basado en Mindfulness – Altruismo, empatía y compasión. Escuela Española de Desarrollo Transpersonal.